Pocos autores han estado tan perseguidos por los estereotipos como el escritor checo, que ha arrastrado la fama de taciturno, depresivo, triste y atormentado. ¿Realmente fue así? A los 100 años de su muerte, diversos expertos nos muestran su cara más imprevisible y humana
En más de una ocasión, Milan Kundera aseguró que el momento en el que el propio Kafka llamara más la atención del lector que Josef K., sería como una segunda muerte del escritor. Cuando se cumplen 100 años de la muerte del autor de La metamorfosis y El proceso, esta irónica intuición del otro gran escritor checo del siglo XX parece haberse vuelto profética. La inagotable figura de Franz Kafka (Praga, 1883-Viena, 1924) ha trascendido el puñado de innovadoras e influyentes novelas, y sus numerosos relatos, diarios y cartas, para erigirse en el último siglo en epítome de lo trágicamente absurdo, impregnando al escritor, junto a su obra, de un aura de fatalismo, incomprensión, melancolía y culpa existencialista.
Sin embargo, desde hace ya unos años varias publicaciones han venido a desmentir esa visión de autor críptico, huraño, triste y enigmático, desde su correspondencia completa -todavía en proceso, y editada por Ignacio Echevarría en Galaxia Gutenberg-, hasta la glosa de Elias Canetti a sus misivas con Felice Bauer, El otro proceso -recuperada por Nórdica y Galaxia el año pasado-, pasando por la impactante pesquisa alrededor de la que Benjamin Balint construye El último proceso de Kafka. El juicio de un legado literario (Ariel, 2019) o la novela En una selva oscura (Salamandra, 2019), en la que Nicole Krauss añadía un personaje inesperado, un Kafka que en lugar de morir en Viena logró llegar a Israel y vivir, como decía Canetti, la libertad de equivocarse y fracasar.
Y, desde luego, la monumental biografía de Reiner Stach, publicada en dos tomos por Acantilado en 2016. Fue precisamente durante los casi veinte intensos años que Stach dedicó a reconstruir el puzle que fue la vida y la obra del autor checo, cuando advirtió la magnitud de la distorsión que alcanzó la figura de un hombre «superado por su fracaso, quizá más imaginario que real», pero que en ningún caso fue ese cliché de «bicho raro apartado del mundo, neurótico, introvertido, enfermo e inquietante», asegura el editor y mayor experto mundial en en el escritor, que se encuentra estos días entre Lyon y Praga en una interminable tournée kafkiana con motivo de los fastos centenariales.
Un Kafka de carne y hueso
«Todavía persiste esa imagen de Kakfa como un hombre dotado de gran imaginación, pero falto de vitalidad, con una vida gris. Sin embargo, los hechos dicen otra cosa», apunta Stach, que en enero publicó otra pieza del corpus kafkiano, Tú eres la tarea (Acantilado), un recopilatorio de más de un centenar de aforismos -que van de la especulación metafísica y filosófico al divagar literario o a la simple ocurrencia humorística- que Kakfa escribió durante una estancia de ocho meses en el pueblo de Zürau, donde su hermana favorita Ottla, tenía una granja y adonde fue tras habérsele diagnosticado tuberculosis. «Más allá de estos apuntes, Kafka creó toda su obra en apenas 12 años, compaginando su escritura, casi siempre noctámbula, con un exigente trabajo de oficina, una guerra mundial en la que quiso participar y, después, la tuberculosis. ¿Le parece el legado de alguien débil o pusilánime?».
Hace tres años, Stach ya dedicó otro volumen a desmenuzar la mitología sobre el escritor, el original ¿Éste es Kafka?, un libro donde reúne siempre acompañados de fotografías, un centenar de anécdotas propias y de terceros y fragmentos de la vida y obra del escritor que nos lo presentan como un hombre amable y con don de gentes, bromista empedernido, amante de la cerveza, visitante de cabarets y prostíbulos, incapaz de mentir a conciencia y apasionado de las novelas de indios. Todo ello contextualizado y comentado con ojo crítico por el experto para reflejar todas las sorprendentes, en ocasiones increíbles, aristas del escritor checo.
Kafka con su hermana Ottla en Praga. Heritage Images
Descubrimos así, que Kafka logró aprobar con trampas su examen de Griego del bachillerato, que tenía un miedo cerval a los ratones, que -mientras lo permitió la tuberculosis- fue un consumado bebedor de cerveza, que su carácter, siempre definido como amigable, solícito y conversador, no impidió su enemistad con el también escritor Ernst Weiss, o que era un entusiasta del naturismo y la homeopatía y contrario a las vacunas y los médicos, de los que conoció un buen puñado a lo largo de su vida. Pero más allá de estas anécdotas curiosas y simpáticas, que trazan el perfil de un Kafka de carne y hueso, destacan otras muchas que lo vuelven realmente humano.
Por ejemplo, cuando destila su fría y cordial furia contra un hermano de su cuñado que sisaba dinero de la fábrica familiar o cuando se muestra reticentemente orgulloso ante su primera traducción, hecha al checo a manos de su amante la periodista Milena Jesenská. Su ambición se ve en su delirante plan, ideado junto a su inseparable Max Brod–principal culpable de que su legado haya llegado hasta hoy y de cómo lo ha hecho– de hacerse millonarios escribiendo guías de viaje para «viajar barato» anticipándose al turismo de masas.
Entre risas y lágrimas
Sobre la figura de Brod, Stach es categórico, y coincide de nuevo con Kundera: «A lo largo de los años Brod pintó una imagen cada vez más dogmática de Kafka, como un gran moralista, ¡un maestro de la humanidad! Esto es un disparate». Lo mismo opina la escritora Nicole Krauss, quien asegura: «la recreación de su vida por parte de Max Brod y los que lo siguieron nos muestra un Kafka imbuido de patetismo, una figura diminuta, frágil y en última instancia trágica que nunca escapó de todo lo que lo estaba aplastando. Pero, por supuesto, se escapó», exclama aludiendo a la huida literaria. «Escapó en su escritura mientras estaba vivo, y escapó a la finalidad que generalmente viene con la muerte. Su vida después de la muerte sigue y sigue, y todavía no podemos averiguar exactamente qué hacer con él. Sigue esquivándonos, mientras que al mismo tiempo abre nuestra vista un poco más hacia el infinito».
«En su literatura se establece algo eterno. A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia», dijo Borges
Volviendo al anecdotario, la vida de Kafka guarda momentos hilarantes. Por ejemplo, cuando le entró un terrible ataque de risa durante un discurso del presidente de su empresa: «Una sensación de incomodidad invadió a todos, con la excepción del presidente, quien nunca podría siquiera considerar la posibilidad de que lo trataran irrespetuosamente«, escribió a Felice Bauer.
Kafka y Felice Bauer. Archivo Klaus Wagenbach
O aquella en la que un doctor llamado Siegfried Wolff le escribió después de que nadie de su familia entendiera La metamorfosis: «Se supone que les tengo que explicar la historia pues yo soy el doctor de la familia. Pero estoy desconcertado. ¡Señor! Pasé meses en las trincheras peleando con los rusos y no me inmuté. Pero si mi reputación con mis primas se va al diablo, no lo soportaría. Sólo usted me puede ayudar». Sólo podemos imaginar las carcajadas del escritor.
También llaman la atención historias sobre su sensibilidad, como la relatada por su última amante, Dora Diamant, de una vez que consoló a una niña por la pérdida de su muñeca. Kafka le dijo que la muñeca estaba de viaje, pero que le escribiría, y durante meses envió a la niña una carta diaria. Asimismo especialmente tierna es su confesión de que sólo era capaz de emocionarse hasta el llanto con libros y películas, pero no con hechos de la vida. «Las lágrimas me asustan de un modo especial. No puedo llorar y el llanto de los demás me parece un fenómeno incomprensible de la naturaleza». Una notable excepción fue cuando se despidió para siempre de su por dos veces prometida Felice Bauer, cuando derrotado por el dolor escribió a su hermana Ottla que había «llorado más que en todos los años de mi vida».
En un Año Kafka en el que nos llueven novedades y reediciones editoriales -Arpa publica unos Cuentos de animales y recupera El proceso en una edición que añade y subvierte el orden de algunos capítulos y Nórdica, que también recupera su relato Un artista del hambre, el más tradicional, Alianza publica sus tres novelas con la canónica traducción de Miguel Sáenz, así como sus relatos y aforismos con las injerencias de Max Brod, Villa de Indianos lanza en junio La transformación [título correcto de La metamorfosis] con traducción y prólogo de Carlos Fortea, y en el apartado ilustrado, Salamandra publica una original biografía de Nicolas Mahler y La Cúpula otra de Robert Crumb– dos libros cobran especial relevancia para romper mitos y aprehender la esencia del praguense, de quien Borges -uno de sus primeros traducción a nuestro idioma- dijo que «en su literatura se establece algo eterno. A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia«.
Máscaras variadas
El primero de ellos es el segundo volumen de sus Cartas, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg con traducción de Carlos Fortea y edición de Ignacio Echevarría. Como apunta el editor y crítico, las misivas que recoge este volumen, que abarcan de 1914 a 1920 [todavía falta el tercer tomo con los últimos cuatro años, que se prevé para 2026], «nos permiten acceder a un Kafka sustancial y muy poco conocido. En esos años se produjo la Gran Guerra, en la que quiso participar, una actitud que no le atribuiríamos en principio», señala.
Kafka junto a Max Brod en la playa.
Algo que no pudo hacer porque sus jefes en el seminacionalizado Instituto de Seguros de Accidentes de los Trabajadores del Reino de Bohemia lo consideraron ‘imprescindible’. «También en 1914 rompió su compromiso con Bauer, lo que llevó a un periodo muy creativo en el que escribió El proceso. Y, finalmente, cuando en 1917 se le declara la tuberculosis, que en principio vio como una oportunidad de oro para dedicarse plenamente a escribir«.
«No sé si tenía miedo de las mujeres, pero en cada sanatorio que visitó, y en algunos estuvo sólo 15 días, se echaba una novia»
Es por ello que Echevarría defiende que esta nutrida correspondencia -de más de 1.000 páginas sólo este volumen– encierra a ese Kafka humano y natural que nos ha hurtado la exégesis literaria posterior, y permite observar «el tejido real de su vida y la tonalidad de sus sentimientos, sus variadas máscaras». Algo muy visible, como insiste el editor, gracias a una ordenación cronológica del material, que permite advertir, «de forma pasmosa, cómo en un mismo día Kafka podía escribir una carta melancólica a su novia, una carta seria y formal a sus jefes y otra hilarante y llena de complicidad a alguno de sus amigos del literario Círculo de Praga. Como haría cualquiera de nosotros, vaya».
«A Kafka nos lo hemos inventado desde una iconografía falsa, es el personaje que crea Max Brod, un fantasma intoxicado de literatura. En realidad, el escritor era simpático y bromista, guapo, alto, sonriente y muy seductor, un poco sinvergüenza, incluso. No sé si tenía miedo de las mujeres, pero en cada sanatorio que visitó, y en algunos estuvo sólo 15 días, se echaba una novia», bromea.
Esta visión tiene una explicación. «Hay que pensar que la fama literaria y la difusión de la obra de Kafka llega en la posguerra europea, y su lectura se ve muy influida por ello. Cuando sus novelas y relatos caen en manos de los existencialistas franceses y de los surrealistas es cuando se tiñe con muchas de los tópicos y lecturas que hoy parecen comunes. Por ejemplo, una lectura de su humor, algo que el serio Brod jamás habría podido hacer, nos revela cada vez más que buena parte de sus textos tienen muchos elementos de una enorme broma, y en lugar de reírnos hemos estado décadas llevándonos las manos a la cabeza».
La importancia del humor
El segundo gran libro para entrar en el universo de Kafka son sus Cuentos completos, que, como no, Páginas de Espuma ha reunido en un pionero e ingente volumen traducido por Alberto Gordo, quien también sostiene que debemos comenzar a leer al praguense con nuevos ojos.
Kafka fotografiado en 1917, un año crucial en su vida.
En lo tocante al humor, el traductor señala la conocida anécdota de cuando Kafka, a quien le encantaba leer en público, compartió con sus amigos, entre estruendosas carcajadas el primer capítulo de El proceso. «Su literatura tiene un humor enorme. Por ejemplo, el relato El fogonero, que luego sería el primer capítulo de su novela póstuma América [título de Brod, pues Kafka la llamó El desaparecido], protagonizada por un emigrante al que sus padres han echado de casa, recuerda al Dickens más humorístico, tiene unos diálogos completamente absurdos«, explica. «Kafka era un fanático del teatro yídish, de esa tradición humorística judía que sigue viva hoy, y su obra está llena de chanzas e ironías«.
«La metamorfosis’ es siempre leída como una metáfora de su vida, pero leyendo sin prejuicios, ¿qué nos queda? puro absurdo, pura comedia»
No obstante, Gordo es consciente de que hay mucha gente a quien esa lectura fastidia mucho, porque impera la visión mística y oscura, también la autobiográfica. «La transformación es leída como una metáfora de su vida, del peso que era para él el trabajo, pero hay mucha mitificación. Como cualquiera, Kafka tenía un trabajo y también escribía. Leyendo ese cuento sin prejuicios, ¿qué nos queda?: un hombre convertido en insecto y un montón de jefes y familiares preocupados por no perder a su empleado y a su fuente de ingresos. Es puro absurdo, pura comedia».
En este sentido, opina que los más de 80 relatos de Kafka, son una gran puerta de entrada al escritor. «Salvo la historia de Gregor Samsa, se le conoce más por sus novelas, claro, y es verdad que El proceso es una de las cumbres literarias del siglo XX. Pero es una novela dura de leer, compleja e inacabada. Sin embargo sus relatos, muchos también deslavazados, ojo, esconden facetas de Kafka que son diferentes a la visión tradicional y que pueden ayudar a desengrasar la imagen del escritor. Muchas veces, creo que le atribuimos interpretaciones demasiado pesadas y solemnes, cuando, como él mismo hubiera dicho, sus textos son sólo literatura, y están hechos para disfrutarlos».
Quizá este ingente esfuerzo de reinterpretación no ponga fin al mito fuertemente arraigado en el imaginario popular de un Kafka hierático, enfermo y solitario arrastrándose por los húmedos adoquines de una lluviosa Viena más parecida a la de El tercer hombre que a la de los años 20. Sin embargo, sí arrojan otra luz al hombre y son un regalo para los lectores que deseen ahondar en los sutiles matices y la jugosa personalidad de uno de los autores más brillantes del siglo XX, que supo como pocos retratar una época de turbación y asombro desde la trinchera de la literatura.