Nos sentamos en el sofá del salón de su casa en Nigrán (Pontevedra), bajo el enorme cuadro -de unos tres metros por tres- que el artista gallego Pow hizo del ojo izquierdo de su hermana. El lienzo del ojo derecho, de la misma dimensión, lo tiene Rosa colgado en una de las habitaciones. Le preguntamos si no le cuesta afrontar este encuentro -casi cuatro horas de conversación-, tener que remover de nuevo las más de dos décadas de historia que tiene ya este crimen sin resolver, el de su hermana Déborah Fernández-Cervera. «Ya estoy curtida, a base de pastillazos se supera todo. A estas alturas hay que dejarse ayudar por la química», responde esbozando una sonrisa irónica.
Cada vez que en la conversación surge un fallo policial, judicial o forense -como que el móvil de la víctima estuviera perdido durante más de una década para aparecer en septiembre pasado en dependencias policiales sin la tarjeta SIM; que en el listado de las llamadas de Déborah haya 28 espacios en blanco donde debían estar los números de teléfono; que la autopsia no buscara restos bajo las uñas-, ella acompaña la revelación con una carcajada, siempre socarrona. En tres ocasiones contadas asoman lágrimas tras las gafas de pasta azul.
La primera es al regresar al 10 de mayo de 2002, cuando, tras 10 días desaparecida, el cadáver de Déborah es hallado por una vecina que paseaba en uno de los márgenes de la carretera que une Baiona y La Guardia, a 40 kilómetros de Vigo, donde se le había perdido la pista. Nuestra interlocutora, Rosa, la pequeña de cuatro hermanos, tenía 18 años; Déborah, la tercera, 21. «El 10 de mayo no duermo en casa porque mis amigas me hacen una fiesta de pijamas para distraerme. Mis padres se enteran de que ha aparecido un cadáver sobre las ocho de la tarde por la prensa pero, como no saben si es Déborah, deciden no decirme nada. A la mañana siguiente había quedado con mis primas en la Plaza de España [Vigo] para ir a un curso de autodefensa. Llego y mis primas no están. Qué raro. Me voy a la cafetería Caballo Rojo y me pido un Colacao. Entonces me llama mi padre: ‘No te muevas de ahí, voy a buscarte ahora mismo’. No hizo falta que dijera más. Ahí asumí que no volvería a verla con vida. Me fui a la casa de mis abuelos, que estaba cerca, y me senté en la puerta sola. Enfrente vi un cartel de desaparecida de mi hermana. Me puse a llorar, a llorar, a llorar. Ahí apareció un hombre, un buen samaritano, que me consoló. Me dieron una pastilla y tardé 20 horas en despertarme».
Rosa, con una imagen de su hermana Déborah.
Doce años después, el 17 octubre 2017 -no olvida Rosa la fecha-, cuando hacía siete años que el crimen había sido judicialmente archivado sin autor conocido, decidió hacerse con el sumario e indagar por su cuenta sin decirle nada a su familia. Ese día vio las fotografías del cadáver de Déborah. Este pasado 30 de abril, además, coincidiendo con el 21 aniversario de su desaparición, visitó por primera vez el lugar donde dejaron su cuerpo.
«Es un sitio estratégico, ubicado en un tramo recto con cambio de rasante. Si viene un coche, ves las luces con tiempo. La dejan allí para que la encuentren. Estaba así», dice recogiendo el cuerpo en posición fetal, apoyando los pies en la mesa baja que hay frente al sofá. «La escena era muy fotográfica. La reposan, no la arrojan. Cortan hojas de acacia y le tapan sus partes y el pecho, lo que para todos los expertos denota que hay cierto cariño hacia la víctima y cierto pudor», relata apuntando ya a alguien conocido de Déborah como el autor del crimen.
El cuerpo de la joven estaba completamente desnudo. Bajo él se halló un condón usado liado en un pañuelo de papel, el envoltorio del preservativo y un cordón de color verde. La autopsia determinaría que Déborah falleció entre siete y nueve días antes, que en el momento del óbito estaba vestida y que la desnudaron entre 12 y 17 horas después. El cadáver, además, había sido lavado. De su buen estado de conservación, se coligió que lo habían mantenido durante días en un lugar fresco, como una cámara frigorífica. La fauna cadavérica indicaba que la habían dejado en aquella cuneta entre 48 y 72 horas antes de que fuera encontrada. ¿Causa de la muerte? En principio se determinó que podía haber sido natural -de forma súbita- o por asfixia, pero la primera opción se descartaría al analizar los órganos internos y comprobar que no sufrían anomalía que justificara un fallecimiento repentino, explica Rosa.
También se halló semen en la vagina de Déborah. Cuando Rosa conoció este dato, le chirrió sobremanera. «Nuestra hermana mayor se quedó embarazada con 21 años y eso nos marcó mucho. Justo la noche antes de la desaparición, Déborah y yo tuvimos una conversación sobre la importancia de no tener relaciones sexuales sin preservativo», relata. El semen de la vagina y el del condón pertenecían a individuos diferentes. «Además, los espermatozoides que hay dentro de Déborah tenían no sé qué proteína de la cola viva, lo que es materialmente imposible a no ser que se lo introdujeran 48 horas antes. Ella llevaba seis días muerta», explica Rosa.
Déborah falleció con 21 años.
«Un tío que se molesta en lavar su cuerpo, ¿va a dejar su semen dentro, con su ADN? No es posible», remata deduciendo lo que la investigación policial tardó dos años en concluir, cuando ya se habían realizado numerosas pruebas de ADN a varones del entorno de Déborah:el semen de la vagina había sido inyectado post morten, toda la escena era un decorado «teatral» para simular una agresión sexual y confundir a la Policía. Las dos muestras de semen bien pudieron ser recogidas en cualquiera de los lugares que las parejas frecuentan para mantener relaciones sexuales.
Falta por mencionar un dato más para acabar de apuntalar la teoría del montaje. «Analizan el semen del interior del preservativo, pero no hacen un frotis por fuera. Cuando mucho después lo realizan descubren que no está usado por Déborah», pone Rosa sobre la mesa otra torpeza de la primera investigación. El examen del exterior del condón se haría ya bajo la batuta del segundo equipo investigador -hasta cinco pasan por el caso; siete jueces, tres fiscales-, el mismo que rubrica el informe operación Arcano, el que Rosa considera el más exhaustivo y creíble. «Da orden a la causa con lógica. Intenta buscar quién es el causante, va descartando hasta que la única persona que queda en pie es Pablo«, dice.
El informe Arcano es un tocho de tres tomos que la Policía entrega en el juzgado en septiembre de 2010 y cuatro días después -«sin que les diera tiempo de leerlo», se lamenta Rosa-, la Justicia decreta el archivo del caso.
Ha aparecido aquí por fin el nombre de Pablo. Rosa tiene en el móvil una carpeta con fotos de él que muestra. «Aquí está con mi hermana en el barco en aquella época», dice. «Y ésta es de ahora con su mujer. Se casó el día del cumpleaños de mi hermana, sólo dos años después de su muerte». [De nuevo sonrisa irónica]
Pablo, ocho años mayor que Déborah, tres apellidos tras el nombre, único hijo de una potentada familia dedicada al marisco congelado, hacía vida entre Argentina, Canarias y Vigo debido a los negocios familiares. Mantuvo con Déborah una relación de dos-tres años que, según la familia, seguía viva cuando la joven murió. Según él, se había roto cuatro meses antes, en las Navidades de 2001.
El caso es que el día antes de la desaparición, Déborah supo que Pablo estaba pasando unos días en Vigo y la noticia la revolucionó. Pese a que era martes -30 de abril de 2002-, tras acudir a sus clases de diseño, a las 14.00 horas se fue a una peluquería para depilarse, indicio para Rosa de que tenía intención de verlo. Luego la familia comió junta. En la conversación en torno a la mesa salió el nombre de Pablo. «A mi hermano Jose le había llegado en tantán que él estaba haciendo doble vida y la azuzó: ‘Deja a ese gilipollas, ¿no ves que se está riendo de ti?’ Ella lo defendió, se enfadó y se fue a llorar a su habitación. A mi hermano le pesa mucho haber tenido una discusión con Déborah la última vez que la vio por culpa de ese hijo d…».
Un cuadro con la mirada de Déborah preside el salón.
Déborah estuvo toda la tarde encerrada en su cuarto, «el único sitio de la casa donde había internet», apunta su hermana, que sostiene que en ese rato debido de conectar por messenger con él y acordar un encuentro. De lo que pasó con el disco duro del ordenador de Déborah, que podría aclarar este extremo, se hablará más adelante.
La víctima salió de su habitación y se incorporó tarde al paseo que solía dar con su prima Nuria por la playa de Samil. Nuria contaría después que se despidió de ella sobre las 20.45 en la curva de Lagares, a unos tres kilómetros de la casa de Déborah. Ésta le dijo que no iría a una cena que tenían esa noche con unas amigas, que se alquilaría la película Amelie y se quedaría a verla en casa. Un hombre se cruzaría con Déborah unos minutos más tarde, frente al Museo del Mar, a 1,5 kilómetros de su casa. «La ve como pivotando entre dos puntos, como esperando a alguien«, dice Rosa apuntalando su teoría de que se subió a un coche conocido.
Durante los primeros años, Pablo fue interrogado cinco veces por la Policía y ninguna por el juzgado pese a que lo llamó a declarar días después de hallarse el cadáver. Él alegó que estaba en Argentina y nunca más se le citó. En sus distintas testificales incurrió en varias contradicciones, explica Rosa. Negó, por ejemplo, haber hablado con Déborah el día de su desaparición, para más tarde, después de que la peluquera que la depiló asegurara haber escuchado una conversación telefónica entre ambos, reconocer que sí habló con ella.
El día de la desaparición, Pablo jugaba un partido de fútbol a las 21.00 horas en el Club de Campo de Vigo. En su recorrido habitual hacia allí tenía que pasar por el punto en el que Déborah estaba «como esperando a alguien». Pablo llegó al partido tarde. En los interrogatorios justificó la tardanza aduciendo que se olvidó el reloj y volvió a por él. Tras el partido de fútbol, que acabó a las 22.00 horas, se marchó a su casa para ducharse, aseguró, y regresó de nuevo al Club de Campo, donde tenía una cena a las 23.00 horas. Acabada ésta se dirigió a su domicilio. Hasta 2019 -17 años después-, la Policía no preguntó en el Club de Campo por el mencionado partido de fútbol.
Pesa mucho ahora en la memoria de la familia la escena que Pablo protagonizó cuatro-cinco días después de la desaparición. Ese día comió en casa de Déborah. «Nosotros nunca la dimos por muerta. Hay un momento en el que él se arrodilla delante de mi madre y dice: ‘Yo la quería, yo la quería‘. Mi hermano se fue hacia él. ‘¿No veis que habla en pasado, no veis que está confesando?’. Mi madre echó a mi hermano de casa», cuenta Rosa.
Se ha dicho ya que el caso se cerró en 2010 y que en 2017 Rosa se puso a estudiar el sumario. Lo hizo en secreto hasta que a finales de 2018 detuvieron a El Chicle y decidió aprovechar el tirón mediático del caso Diana Quer para tratar de resucitar el de su hermana. Aún sabiendo que nada tenía que ver El Chicle con Déborah, apareció en televisión apuntando a él como posible culpable. Inició también una campaña en change.org pidiendo la reapertura del caso y consiguió 300.000 firmas.
El espaldarazo definitivo fue el mensaje que recibieron de una mujer que en aquella época trabajaba en el Videoclub 38 y aseguraba que aquella tarde, sobre las 21.00 horas, había alquilado a Déborah la película Amelie. «El videoclub se encontraba a 10-12 kilómetros de distancia de donde Déborah fue vista por última vez y cerca de la casa de Pablo. Es materialmente imposible que se volatilizara y llegara allí en unos minutos». El testimonio de la dependienta del videoclub, unido al hecho de que Déborah debió de cenar, puesto que en su estómago se encontraron restos de espinacas, alimento que no habían tomado en la comida, le hace a Rosa armar esta conjetura: «La recogió. ‘Tenemos que hablar’. ‘Voy al partido, coge una peli, la ves en mi casa y luego hablamos'».
Tras la reapertura del caso en 2019, se pidió el móvil de Déborah para analizarlo de nuevo, pero estaba desaparecido. La Policía lo encontró en sus dependencias en Canillas (Madrid), tres años más tarde, en septiembre de 2022. No tenía la tarjeta SIM. Sobre el disco duro, al intentar la Policía volcarlo de nuevo, el motor de arranque empezó a arder y se abortó la operación. Se recurrió entonces a la empresa especializada Lazarus Tecnology, la misma que se ocupó del móvil de Diana Quer. «Y Lazarus descubre que ha habido un borrado masivo de información, que el disco ha sido manipulado», dice Rosa. Este peritaje de Lazarus difiere de los encargados por el propio Pablo y por la Justicia, que niegan la adulteración.
El 18 de mayo de 2021, el cuerpo de Déborah fue exhumado por petición de la familia tras comprobar que en la primera autopsia no se había mirado bajo sus uñas. ¿Y si se defendió? El segundo examen forense halló restos de plástico -«como el que se usa en la industria alimentaria», apunta Rosa- y de un pelo, del que se obtuvo ADN muy degradado. Se comparó con una muestra de Pablo recogida en 2002 y dio negativo. La familia ha pedido que se extraiga de nuevo ADN al ex novio, puesto que, tras lo sucedido con el móvil o el disco duro, no fía de que la muestra guardada desde hace 20 años sea realmente suya. Pablo fue llamado a declarar por la juez como imputado en febrero de 2022, cuando quedaban dos meses para que el delito prescribiera.
«Aunque sea lo último que haga llegaré hasta el final», nos decía Rosa antes de despedirse.
Entre nuestro encuentro y la publicación de este reportaje, sin embargo, la familia ha pedido el sobreseimiento del caso. Este diario ha intentado contactar con Rosa sin éxito para que explique su decisión. «Nos damos por vencidos. Es difícil derribar un muro con bolas de papel, por muchas que tiremos», decía uno de sus abogados tras pedir el archivo, que no les fue concedido. La juez decidió prorrogar la instrucción seis meses más.