[EsteartículoesunaadaptacióndellibroLivingNanotechnologydeSoniaConteraprofesoradefísicaenlaUniversidaddeOxfordEn2019sepublicóunaversiónanteriordellibroeninglésloquellevóaELPAÍSaentrevistaraContera[EstetextoesunfragmentodellibroNanotecnologíavivadeSoniaConteracatedráticadefísicadeOxfordUnaversiónanteriordellibrosepublicóen2019eninglésloquemotivóqueELPAÍSentrevistaraaContera[本文摘自牛津大学物理学教授SoniaContera所著的LivingNanotechnology一书。该书的早期版本于2019年以英文出版,这促使ELPAÍS采访了Contera[EstetextoesunfragmentodellibroNanotecnologíavivadeSoniaConteracatedráticadefísicadeOxfordUnaversiónanteriordellibrosepublicóen2019eninglésloquemotivóqueELPAÍSentrevistaraaContera
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Una de las principales razones que impulsan a los científicos a involucrarse más profundamente en la democracia y la sociedad es el malestar creado por el impacto de la tecnología en un mundo cada vez más desigual, y la percepción más o menos generalizada de que la tecnología es una fuente de desigualdad. Como sucede con la mayoría de las actividades que generan ganancias económicas y poder político, las recompensas y los beneficios de la ciencia y la tecnología se distribuyen de manera muy desigual en nuestra sociedad. Gran parte de la narrativa occidental sobre la tecnología se trata de sus sorpresas, su impacto en nuestras vidas y el miedo al desempleo y la redundancia. Esta narrativa surge del hecho de que la tecnología se utiliza principalmente para controlar y explotar la naturaleza. No es sorprendente que anticipemos que esta tecnología se utilizará inevitablemente para convertir a los social y económicamente débiles (y no tan débiles) en redundantes, o peor aún, en una explotación distópica de la propia biología humana como carne de cañón. . La ciencia y la tecnología prometen mejorar nuestras vidas, pero también amenazan con eliminar el tenue control que la mayoría de la gente tiene sobre su uso y utilización. La ciencia es central en el desarrollo y estructura de la sociedad y debe integrarse como tal a nuestros procesos económicos y políticos, pilar del sistema que debe ser regulado por procesos democráticos.
Las posibilidades que nos ofrece la ciencia y la tecnología pueden hacer que el siglo XXI sea el mejor y más emocionante momento para vivir, pero solo para los pocos que pueden beneficiarse de él: las personas educadas, las bien conectadas, las poderosas y las ricas. La desigualdad de ingresos y el acceso a la atención médica y la educación amenazan seriamente con destruir las buenas posibilidades de nuestro tiempo. Los científicos en laboratorios de todo el mundo creen cada vez más que el futuro «extremadamente abundante» que los humanos pueden lograr no surgirá si los beneficios de la tecnología no se comparten de manera más equitativa.
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Sin embargo, la tecnología no es una fuerza externa que actúe sobre la sociedad. La aplicación de la tecnología surge de determinadas condiciones y decisiones tomadas por científicos, tecnólogos, financiadores de la investigación, reguladores, trabajadores, consumidores y, en última instancia, explotadores y propietarios de los medios de producción. La sociedad puede determinar el uso y distribución justa de los beneficios tecnológicos. Si el objetivo principal de implementar robots es la productividad y los ingresos de sus propietarios, los robots provocarán la pérdida de puestos de trabajo, pero ese no es el único resultado posible. También pueden hacer que nuestras vidas sean más interesantes y justas (tal vez nada haya contribuido más a la igualdad de género que la invención de la lavadora o la producción de anticonceptivos, por citar algunos ejemplos concretos). Los científicos contribuyen cada vez más activamente a la sociedad, no solo generando ingresos económicos, sino también creando valor social y cultural. El cambio tecnológico puede y debe coordinarse a través de un diálogo entre lo posible y lo deseable, y los científicos no deben quedar excluidos de este diálogo.