Erudito y ermitaño, escritor y músico, Quignard da vida en su literatura a una tradición intelectual secular que tiene mucho que ofrecer al presente. Su extensa y atemporal obra le ha valido el Premio Formentor, que recoge esta noche
Musicólogo y escritor de vocación eremita y ácrata, Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Francia, 1948) ha construido durante décadas una obra fragante, luminosa y fragmentaria, llena de símbolos y erudición, empeñada en exhumar y dar vida a la geneal
Musicólogo y escritor de vocación eremita y ácrata, Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Francia, 1948) ha construido durante décadas una obra fragante, luminosa y fragmentaria, llena de símbolos y erudición, empeñada en exhumar y dar vida a la genealogía del pensamiento literario grecolatino, medieval y barroco.
Obras como los Pequeños tratados, Todas las mañanas del mundo, el ciclo Último Reino , Las sombras errantes o la reciente El amor, el mar guardan ecos y renuevan la energía creativa de las fuentes antiguas de la literatura universal. Esta noche el escritor recoge en Canfranc el heterodoxo Premio Formentor, «una distinción maravillosa porque estimula la traducción, es decir, el viaje de mis libros en busca de nuevos lectores».
Su figura se aleja de la del escritor tradicional, ¿cómo es su relación con la potente industria editorial francesa?Es una relación tan distante como en el pasado fue simbiótica. Fui lector editorial durante veinticinco años en Gallimard, pero en 1994 renuncié a todo. La vida es breve y dediqué mucho tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Desde hace más de treinta años tengo la relación más lejana posible con ese medio, al igual que con todos los demás grupos, formaciones, ámbitos y sectas. Prefiero los elementos de la naturaleza, las flores, el río, los pájaros.La música es parte fundamental de su obra, ¿qué elementos comparten música y palabra, y qué las diferencia?Comparten el eco de un aliento en los libros bien escritos, el eco de un ritmo que impulsa a las palabras y el comienzo de un silencio que solo les pertenece a ellas. Dicho esto, no hay relación posible entre las palabras y los sonidos, pues las palabras se alejaron de su materia sonora hasta convertirse en signos arbitrarios. Son letras mudas sobre una página silenciosa. Pese a que amo infinitamente escribir, y que seguramente busque una forma de música en el silencio de la escritura, la música me sigue importando más que la literatura.No todas las civilizaciones han tenido filosofía o literatura, pero desde la más remota prehistoria todas han tenido música, ¿es esta uno de los rasgos que nos hace humanos?No, la música no nos hace humanos. Tampoco define nuestra condición. Los pájaros nos enseñaron los cantos. Antes de la vida, hubo erupciones de estrellas, vientos estelares. El mar ya rugía salvajemente antes de que apareciera la naturaleza, y no lo hacía para ningún oído humano.Kant enfrentaba la música y el pensamiento hablando de una lucha entre razón y pasión, ¿cómo es posible el equilibrio entre ambos elementos?No es posible equilibrar dos dominios que no pertenecen al mismo mundo. Recuerdo un hermoso pasaje sobre la destrucción del santuario de Diana, o templo de Artemisa, de Éfeso, donde Heráclito depositó el primer libro escrito de Occidente hace 2.700 años. Los autores de la Historia Augusta explican que fue un terremoto repentino lo que arrasó el puerto de Éfeso. Aparece la expresión terrae motus. Un volcán es una «emoción de la tierra». La música pertenece a la emoción de la tierra. La razón, el logos y el verbum pertenecen al diálogo y al aprendizaje simbólico.Y el silencio, ¿qué papel juega tanto en la música y en la literatura?El silencio sólo tiene una función verdadera en la música y la literatura. El ruiseñor espera al corazón de la noche, el momento de máxima oscuridad, para cantar. Sin duda es la intensidad del silencio lo que desencadena su canto. Toda música extrema está relacionada con el silencio extremo. En la música humana toda música se dirige hacia esta invención extraordinaria: el calderón (el signo musical que indica una pausa). Es decir, el silencio infinito. De manera diferente, la literatura es el lenguaje hablado que, gracias a la invención extraordinaria de la escritura, repentinamente se volvió silencioso y se objetivó en forma de líneas y letras que ya no movilizan ni la respiración ni el diálogo entre humanos. Leer un libro es abrir un silencio.
Desde hace 30 años tengo la relación más lejana posible con PeriodistasdeGénero literario, al igual que con los demás grupos, formaciones, ámbitos y sectas
Buena parte de su obra está ambientada en el pasado de Francia y de Europa, más con reivindicación que con nostalgia. ¿Qué nos pueden enseñar todo este saber y arte antiguos?La pregunta que usted formula es muy hermosa. Muy potente. Tan acertada. Es mi vida. Por eso no puedo responderla. No busco ser consciente de lo que hago, suponiendo que eso sea posible. Estoy sumergido en ese pasado vivo. En ese antaño que no deja de nacer. No hemos nacido de nosotros mismos. Estamos verdaderamente inmersos en esa inmensa marea que nos precede y que usted menciona. Se prolonga dentro de nosotros. Continuará mucho después de nosotros. Tal vez sin vida, pero siempre fluyendo como un río. No reflexiono sobre la literatura, soy expuesto incesantemente a su luz, me deslumbra la profusión de belleza negada. Cuanto más envejezco, más se agranda el pozo del asombro. Estoy sometido a la belleza, a un secreto que no me han contado. Y me esfuerzo en vano en robarlo y en ponerlo bajo la mirada.Su novela El amor el mar está ambientada en el barroco siglo XVII, marcado en Europa por las cruentas guerras de religión. El hecho de que hoy repunten los integrismos y la violencia ¿demuestra que no hemos aprendido nada?Sí, es tan cierto. La era barroca nació en la Guerra de los Siete Años. Luego, las guerras religiosas dieron paso gradualmente a las guerras de naciones. Poco a poco los conflictos entre países y credos se transformaron en fracturas entre las naciones. Así que se dejaron atrás los principados barrocos y se fue a dar a los salones del romanticismo. La guerra se convirtió en la pasión de los Estados cuando se formaron: las industrias competían, el comercio se expandía, la violenta depredación en otros continentes y el odio a las patrias y las supuestas razas se entrelazaban. Los Estados modernos siempre se consolidan así. Mire la guerra lanzada por Rusia contra Ucrania. Nunca aprendemos.El estilo y el lenguaje, la reflexión sobre su origen y su ser, son claves en su obra, ¿le da miedo perder la palabra?¿Miedo? Diría que incluso terror. Tuve un profesor. Se llamaba Émile Benveniste. Enseñaba en el Collège de France. Sufrió un derrame cerebral. Vivió en un repentino silencio, con el pensamiento intacto, postrado en una cama de hospital de una sala común. Su hermana iba a visitarlo. No pensaba para nadie. Ya no podía comunicarse con nadie. Se veía en sus ojos que pensaba. Pensaba en el vacío. Murió así.Su escritura, encajonada en los géneros canónicos de forma a veces forzada, se construye en lo fragmentario. ¿Por qué elige escribir de este modo, que decisión ética hay tras la estética?Los grandes discursos estallaron. Las grandes religiones se fracturaron. Las grandes ideologías se derrumbaron. El humanismo se aniquiló en los campos de la muerte, en las nieves de Siberia, en las dos bombas atómicas lanzadas sobre las poblaciones civiles de dos puertos japoneses. Fui criado por un erudito que regresó del campo de concentración de Dachau [Emmanuel Lévinas]. Solo quedan fragmentos. Por eso escribo de este modo. Lo que me fascina es la elección de pocos detalles, de elementos que lo condensan todo. Lo que me conmueve es la arbitrariedad, la facticidad. Voy a la caza de lo abrupto, lo intrusivo, lo incongruente.El escritor francés Pascal Quignard. Francesca Mantovani
Desde el Barroco los Estados modernos siempre se consolidan con la guerra. Mire la guerra lanzada por Rusia, nunca aprendemos
Hay también en su escritura un regusto oral, una reminiscencia al arte de contar. ¿Cualquier manifestación literaria no es más que un cuento que podría contarse ante una hoguera?En cierto sentido, claro que sí. Mi narrativa bebe mucho del arte de contar cuentos. En el fondo, estoy más cerca del cuento que de la novela. Muy próximo del arte de contar anécdotas, cuentos, sueños, como los que nos asaltan cada noche y cada mañana nos dejan más perplejos.¿Cómo entiende usted la literatura, qué busca con ella, qué papel le adjudica?Escribir no es una elección, sino un síntoma. No es mi oficio, es mi vida, necesito escribir para ensamblarme a mí mismo. En realidad, la esencia del arte es la traducción. Traducir una sensación muda en palabras. Trasladar un miedo, codificar un secreto o un sueño, atrapar un fantasma, traducir un momento de la vida en una narración, una novela, un poema, una imagen o una película. No veo ninguna diferencia entre un cuento infantil, Parménides o Las amistades peligrosas. Es la misma búsqueda para indagar en lo más profundo de la oscuridad. Mi obra ha sido, por suerte, siempre bien acogida, pero si no hubiese sido el caso escribiría igual, aunque no hubiera un lector al otro lado. Si no escribo lo que vivo siento que no lo he vivido.¿Y la lectura? «Leer es vagar, hay en la lectura una espera que no busca un resultado», ha escrito.En mi caso la escritura es una prolongación de la lectura, soy un lector agradecido y vagabundo. No todo PeriodistasdeGénero puede leer y no hay que forzar a todos los niños a hacerlo. Aquel que toma un libro debe hacerlo sabiendo que enfrenta el riesgo de ser sometido a la emoción de una página que puede desestabilizarlo. Es una aventura.
Los grandes discursos estallaron, las grandes religiones se fracturaron y en el presente aún no hemos descubierto nuevas formas de esperanza
Se define justamente como barroco, como buscador de la intensidad y no de la belleza, ¿cómo se aplica esto a la literatura y a la vida?Adoro la actitud barroca, que no quiso resolver nada, sino celebrar la oposición, la divergencia, el desgarro, que aceptaba el misterio sin intentar resolverlo. Defiendo la intensidad de la emoción, de lo sensorial. Estoy del lado del nihilismo, no de la profecía. Del lado de las noches a la manera de la pintura barroca. El tiempo no tiene dirección, como no tiene medida. Las cosas antiguas me conciernen. La comunidad de los vivos y los muertos. La comunidad del tiempo que libera de un modo inaudito. Pienso en Freud: no creía en hacer cosas nuevas… La palabra nuevo no me gusta, prefiero decir emergente. Una vez más, se trata de sacar a la superficie lo desconocido, y de acercarse a lo que no conocemos.Desigualdad social, soledad, incertidumbre, narcisismo, confusión entre realidad y ficción… Norbert Bilbeny sostiene que los rasgos de nuestro tiempo son los del siglo XVII. ¿Vivimos de nuevo en el Barroco?Estamos en un momento difícil de la historia. Fracasaron las grandes soluciones que habíamos imaginado y aún no hemos descubierto nuevas formas de esperanza. Al final del mundo antiguo, las grandes sociedades de hombres y escuelas que todavía vivían en las creencias de un mundo ido llegaron a situaciones igualmente trágicas. Recuerde al filósofo griego, buscando un hombre honesto con una linterna. Nosotros vivimos convulsiones que amenazan nuestra vida individual y nuestra vida colectiva. Nuestros padres se embarcaron en aventuras colectivas que terminaron de trágica manera, ya fuesen comunistas, nazis, fascistas, etc. De ahí que sea urgente intentar reforzar solidaridades mínimas entre hombres libres, rodeados de una inmensa soledad. Quizá estemos más cerca de San Juan de la Cruz que de Victor Hugo.Hace unos meses John Banville me decía que le preocupaba el futuro del arte porque su esencia es la dificultad, y la sociedad ha renunciado a ella. ¿Está de acuerdo? ¿Es pesimista con el futuro de la cultura en la sociedad?Esta renuncia es quizá la constatación de las metamorfosis y fragmentación de la conciencia europea. Tras las ilusiones de «verdad» que culminaron con todos los fascismos, nazismos y comunismos europeos, nuestra manera de pensar sufre metamorfosis que todavía no sabemos a dónde nos conducen. Hay otros antecedentes. Tras inmensas tragedias, el gran arte barroco fraguó un arte grave, muy emotivo, que usó sus maneras propias, su retórica propia, para contemplar PeriodistasdeGénero. Recuerde a Gracián, recuerde a Montaigne. Creo que tras la Segunda Guerra Mundial el hombre de nuestra civilización comenzó a sentir, contemplando el abismo del horror, la necesidad de mentir lo menos posible. De ahí mi alejamiento de las grandes teorías, de la filosofía, de los proyectos «totalizantes», que pueden ser peligrosos. Sin embargo, no creo que la cultura esté hoy en mayor peligro que en otras épocas. Y al final, de un modo u otro, siempre resistirá.