Una mañana lluviosa de febrero de 2012, un chaval de cinco años llamado Milad apila en su pequeña mochila las chucherías que su padre le ha comprado la noche anterior. Luego da un beso apresurado a su madre para despedirse y trepa las escaleras de un viejo autobús para pasar un día de excursión junto a sus compañeros de clase. Apenas han pasado unos minutos cuando el padre recibe una llamada telefónica de su sobrino: «Abed, ¿iba Milad en la excursión de hoy? Un autobús escolar ha tenido un accidente en una carretera cerca de Yaba».
A medida que Abed se acerca al lugar del accidente, conocida como «la carretera de la muerte» por su calamitoso estado de conservación, se encuentra con más y más tráfico. Le embarga tal angustia que deja el Jeep plateado que le había prestado su primo Hilmi y siguió a pie el resto del camino. Finalmente avista el autobús, empotrado contra un lateral por un tráiler de nueve ejes. El choque ha sido tal que varios niños han quedado tan completamente quemados que, cuando uno de los primeros vecinos en llegar al lugar del accidente rompió la ventana y trepó por el vehículo para rescatarlos, le costó distinguir que eran seres humanos.
Cuando Abed llega al autobús, sin embargo, los niños ya no están allí. La mayoría han sido evacuados por testigos del accidente, que ceden sus propios vehículos para llevarlos a hospitales cercanos. Otros han sido transportados en ambulancias israelíes, que han tardado más de media hora, un tiempo incomprensiblemente largo, en llegar al lugar del suceso. Así que, frente a los escombros del autobús, Abed no sólo desconoce en qué hospital está su hijo: tampoco sabe si alguien se ha encargado de él, ni en qué estado se encuentra, ni siquiera si volverá a verlo alguna vez.
En circunstancias normales, este accidente habría recibido unos cuantos titulares en la prensa local antes de perderse en la infinita lista de tragedias que ocurren cada mes en Cisjordania. Sin embargo, un largo reportaje publicado en 2021 en The New York Review of Books, titulado Un día en la vida de Abed Salama, recogió lo ocurrido con una audaz mezcla de datos y emociones que cautivó a los lectores. De golpe, aquel texto se convirtió en la descripción más precisa de la rutina kafkiana que miles de palestinos viven cada día. Su autor, Nathan Thrall, es un estadounidense de orígenes judíos que se mudó a Jerusalén en 2010 para dirigir la sede israelí de la ONG International Crisis Group.
Tras el éxito de la pieza, el autor, de 44 años, decidió dejar este cargo para convertir aquel texto en un libro de más de 300 páginas. Igual que en el reportaje original, el periodista entremezcla una minuciosa reconstrucción de las horas tras el accidente con pasajes de contexto que explican las fronteras, tanto físicas como legales, que moldean las vidas de los palestinos del este de Jerusalén. Y, tras acaparar las listas de los mejores libros de 2023 de los medios más prestigiosos del planeta, a principios de mes llegó su coronación definitiva, al alzarse con el Premio Pulitzer a mejor libro de no ficción.
«Mi madre es una judía de origen ruso y es muy nacionalista, así que no le gusta que escriba tanto sobre los palestinos», admite por videollamada Thrall, cuyo libro acaba de publicarse en España (Anagrama). «Cuando le conté lo del Pulitzer, como buena madre judía, me dijo: ‘Muy bien, chico, ¿para cuándo el Nobel?’».
El autobús accidentado en febrero de 2012 cerca de la ciudad de Yaba, en Cisjordania
Durante años en la ONG, Thrall había redactado docenas de informes sobre la situación en Cisjordania que se leían con fervor entre funcionarios, diplomáticos y miembros de gobiernos de todo signo. Sin embargo, sentía que el impacto de su trabajo era limitado: incluso cuando llegaban a las manos adecuadas, apenas servían de nada. «Altos cargos de la administración de Biden me daban la razón, pero luego no hacían nada», cuenta. «¿Para qué iban a sacrificar su carrera en afrontar un problema que supera el radio de acción y capacidad de casi cualquier político del mundo?».
De ahí que decidiera cambiar de audiencia de forma radical. «Mi lector imaginario era una madre en medio de Estados Unidos que quizá ni siquiera sabe ubicar Palestina en el mapa», relata. «Mi objetivo era engancharla con una historia llena de amor, dolor y frustración. Y que, a través de ese relato, entendiera cómo es vivir en esa zona del planeta sin que su gobierno mueva un dedo para arreglar las cosas».
Por eso la versión ampliada de Un día en la vida de Abed Salama va mucho más allá de la reconstrucción del accidente y se sumerja en todas las vidas que quedaron destrozadas aquella fatídica mañana. De hecho, tras un breve prólogo, dedica páginas y páginas a detallar la historia de el romance de adolescencia de Abed con una chica llamada Ghazl, hija de una familia rival a la suya, y cómo aquel amor es destrozado de un zarpazo tan cruel que parece salido de una tragedia de Shakespeare.
«Escribir una historia así es, por sí mismo, un acto radical», sentenció el periodista y escritor Jonathan Freedland, uno de los judíos liberales más respetados del mundo, en su reseña del libro para The Guardian. «Al hacerlo, insiste en humanizar a un colectivo del que habitualmente sólo se habla -y más en tiempos de intensa violencia, como ahora- como partes constituyentes de una categoría muy difuminada: los palestinos».
Nathan Thrall comparte este diagnóstico: «Mi objetivo era trazar un relato lo más detallado posible de lo complejo que es sobrevivir en el sistema que los israelíes han impuesto a los palestinos de Cisjordania. Y me di cuenta de que la forma más eficaz de lograrlo era poner al lector en los zapatos de una única persona, humanizarla todo lo posible y, después, acompañarle durante el peor día de su vida, mientras busca a un hijo que probablemente haya muerto».
Mike Kai Chen
El autor encontró a su protagonista casi de casualidad. Mientras tomaba sus primeras notas sobre el accidente, un amigo común se ofreció a presentarles. Fue en otoño de 2020 y, desde el primer momento, las piezas encajaron: el padre quería hablar y encontró unos oídos empáticos sobre los que volcar su desazón. «Desde el principio, me puso un apodo: ‘El hombre que me hace llorar’», cuenta Thrall. «A toda su familia le daba pánico hablar del pequeño Milad en su presencia, porque sabe que se pone fatal. Sin embargo, a mí me dijo lo contrario: ‘Me encanta hablar sobre mi pequeño, es la forma que tengo de sentirme cerca de él’».
-En el libro aparecen otras historias muy potentes, como la de Nancy, otra madre que perdió a un hijo en circunstancias horribles. ¿Por qué tanto foco en Abed?
-¡Él me dijo lo mismo al leer el libro! La razón es sencilla: su vida resume perfectamente lo que ha ocurrido con su tierra. Nació justo después de 1967, cuando su ciudad, Yaba, pasó a estar controlada por los israelíes. Vio cómo su comunidad se veía rodeada por muros y más muros. Se graduó del instituto justo cuando empezó la primera intifada, a finales de los 80. Fue militante del Frente Democrático por la Liberación de Palestina, la rama marxista-leninista de la OLP. Fue arrestado, torturado y puesto en libertad… Tuvo una vida amorosa llena de complejidades. Y, por supuesto, su rol en el accidente resulta especialmente conmovedor.
«Décadas de una política deliberada de abandono de la población palestina les vuelve más vulnerables a la tragedia»
Nos reencontramos con Abed en el lugar del siniestro. No sabe qué hacer. Carece de papeles para buscar en el hospital Hassadah de Jerusalén, donde se rumorea que están los niños. Otros dicen que se encuentran en Ramala, dentro de una zona permitida para él. Pide a dos desconocidos que le lleven: aunque van en la dirección contraria, no dudan en ayudarle. Minutos después, está en el hospital.
«Había un caos absoluto: sirenas de ambulancia, médicos que llevaban a los niños heridos en camillas, padres aterrorizados que gritaban y lloraban, equipos de televisión que entrevistaban al personal», relata el libro. «Abriéndose paso a través de esa confusión, con la respiración entrecortada y presión en el pecho, Abed trató de calmar su miedo, que iba en aumento. Pero la mente no le obedecía».
Allí, en la ventanilla del hospital, hay un momento de esperanza. «Su hijo iba en el segundo autobús. Ese no estaba en el accidente. Se fue a a-Ram», le dice una voz por encima del estrépito. Pero la alegría dura poco: enseguida se entera de que hay una morgue con los cadáveres de cinco niños, tres tan deteriorados que se necesitará una prueba de ADN para identificarlos. Los resultados tardarán un mínimo de 24 horas en llegar.
Abed afronta todo lo ocurrido con un conmovedor estoicismo. Otros no son tan benévolos. Salem, que vive a 100 metros del accidente y casi muere mientras saca a varios niños del vehículo en llamas, masculla para sus adentros: «Si se hubiera tratado de dos niños palestinos lanzando piedras a la calle, el ejército habría llegado en un minuto. Cuando los judíos estaban en peligro, Israel mandaba helicópteros. Pero al tratarse de un autobús en llamas lleno de niños palestinos, sólo aparecen cuando ya los han evacuado a todos. Querían que murieran todos».
¿Está de acuerdo Thrall con esta teoría? «Por supuesto que no», afirma. «No fue una decisión deliberada por parte de nadie. Lo que sí sostengo, porque conozco bien el terreno, es que décadas de una política deliberada de abandono de la población palestina les vuelve más vulnerables a la tragedia. Y este accidente es un caso extremo que debe hacernos reflexionar a todos».
Ese era, precisamente, el objetivo de Un día en la vida de Abed Salama, cuando se publicó en inglés el 3 de octubre de 2023: apelar a los moderados de cada bando, especialmente a los judíos, para que cesara la política de estrangulamiento de la población de Cisjordania. Pero, cuatro días después, llegó el ataque de Hamás contra Israel y, con 1.200 muertos sobre la mesa, todo intento de fomentar ese diálogo quedó abortado de cuajo, por miedo a cualquier apariencia de justificar la barbarie terrorista. «Tenía numerosos eventos organizados en organizaciones de judíos liberales que, de golpe, decidieron cancelarlo todo», lamenta Thrall.
En cambio, su libro ha encontrado un nuevo público entre los estudiantes judíos de los campus universitarios de todo PeriodistasdeGénero, inflamados de protestas estos meses. Aquí no encontrarán un panfleto antisemita, sino una descripción aparentemente gélida, pero rebosante de vida, de la existencia en los territorios ocupados. De hecho, los propios palestinos no salen indemnes de su escrito: entre ellos abunda la misoginia, la traición, el odio y los vendidos’ a la causa israelí. «Es la hora de que estos chicos miren al mundo con una perspectiva fresca y le digan a sus mayores: ‘Hay que parar’».
De hecho, Thrall subraya que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, un presidente americano está teniendo que medir su política hacia Israel más allá del apoyo incondicional. «Si Biden pierde las elecciones, es muy probable que sea por la abstención de millones de personas que no toleran su política sobre Oriente Medio», afirma. «Si eso ocurre, las consecuencias a largo plazo sobre la política exterior estadounidense son difíciles de medir. Porque, hasta ahora, Israel estaba muy cómoda con la situación».
-¿A qué se refiere?
-Todo PeriodistasdeGénero maneja dos opciones a largo plazo: la solución de los dos estados o la de un estado único en el que los palestinos tengan igualdad de derechos que los israelíes. La trampa es que Israel contaba con una tercera opción, que es mantener el statu-quo: apropiarse de territorios, encerrar a los palestinos en un entorno cada vez más hostil y, salvo que la ecuación cambie, que las cosas sigan siendo parecidas
-Pero el 7 de octubre lo cambió todo.
-Desde luego. Israel habría preferido estrangular Gaza poco a poco, en vez de entrar en una guerra total como la que estamos viendo.
Los ataques pillaron a Abed y Natham en Estados Unidos, a punto de iniciar la gira de promoción del libro. El palestino regresó de inmediato a cuidar de su familia, mientras el estadounidense siguió en la carretera, aunque se mensajeaban a diario para interesarse por la situación de la familia Salama
El pasado 6 de mayo, cuando se anunció el Pulitzer, uno de los primeros en enterarse fue Abed, que mandó un mensaje al ‘hombre que siempre le hace llorar’. «Me has hecho llorar de nuevo», le dijo. «Te doy las gracias, porque gracias a ti muchas personas alrededor del mundo leen el nombre de Milad y conocen su historia. Tú escribes con tus sentimientos y no con tinta. Eso es lo que te ha hecho ganar el premio».
Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén
Nathan Thrall
Traducción de Antonio Ungar. Anagrama. 312 páginas. 21,90 ¤
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