El filósofo italiano y ex alcalde de Venecia explica su decepción por el devenir del continente y reivindica la obra de Franz Kafka, de quien se cumple el centenario de su nacimiento, como el mejor ‘mapa’ sociológico, intelectual y sentimental del continente europeo
Este filósofo fue alcalde de Venecia en dos tandas: entre 1993 y 2000 y entre 2005 y 2010. Con eso ya está hecha una biografía. Incluso una biografía intelectual, pero Massimo Cacciari (79 años) aloja más mercancía vital. Es uno de los pensadores que mejor (y con amplio sentido crítico, además) ha reflexionado sobre Europa. Y más desfondado que hace un año, continúa evangelizando por el continente dando a conocer su canción, cada vez más gastada.
Este filósofo fue alcalde de Venecia en dos tandas: entre 1993 y 2000 y entre 2005 y 2010. Con eso ya está hecha una biografía. Incluso una biografía intelectual, pero Massimo Cacciari (79 años) aloja más mercancía vital. Es uno de los pensadores que mejor (y con amplio sentido crítico, además) ha reflexionado sobre Europa. Y más desfondado que hace un año, continúa evangelizando por el continente dando a conocer su canción, cada vez más gastada. Cacciari ha dejado de creer en lo que tanto defendió antaño. Y ese desencanto se nota en sus palabras y en sus afirmaciones. En una de las salas de la Residencia de Estudiantes de Madrid, junto a su amigo y sagacísimo pensador Francisco Jarauta (Zaragoza, 1941) piensa y diserta sobre el papel de Europa en el siglo XXI. El día anterior a esta entrevista dictó una conferencia sobre Franz Kafka, en la corriente del centenario del nacimiento del escritor checo.
Pero el discurso abundante e impetuoso de Massimo Cacciari siempre vuelve a caminar su senda: lo perdido, los retos, lo aún por ganar (si es que eso es posible al hablar de Europa como estado supranacional)… Por si fuera poco, la guerra de Ucrania ha revigorizado algunas de sus ideas, de sus alarmas y de sus sospechas.
Exactamente es eso lo que sitúa a Cacciari en el lugar del pensador vivo más destacado de Italia (su último libro es El trabajo del espíritu) y también en uno de los intelectuales más consultados de todo el continente. Proviene de la izquierda marxista y obrera. Habla con pasión de Nietzsche y al rato salta a presentar algunos protocolos necesarios para combatir la turistificación de algunas ciudades. Es un crítico fuerte de la Veneciafrenia -por usar el acertado título de la película de Álex de la Iglesia-.
Arremete también contra las categorías arcaicas de izquierda y derecha. Sus lenguajes no sirven ya para explicar la complejidad del mundo contemporáneo, y eso exige pensar con más osadía, pero también con más ambición. La extrema derecha se está aprovechando de la confusión. Pero el problema de hoy, según Massimo Cacciari, es otro. Y podría resumirlo así: Europa está en un momento crítico. Probablemente en un abismo de no retorno. En el final de su escapada. Y ésta es su llamada de alerta.
¿Qué ha perdido Europa en estos 24 años de siglo XXI?
Cuando comienza el proceso que desembocó en la moneda única, muchos pensamos -incluso mucha gente contraria a la moneda única- que esto sería el principio de un proceso que tendría su propósito en una nueva forma de unidad política. Parecía imposible que una moneda única europea se pudiese sostener sin una convergencia común sobre políticas fiscales, políticas sociales, políticas de extranjería. Pues bien: este proceso está muerto. La esperanza con la que escribí Geo-Filosofía de Europa hace 20 años ha desaparecido. Al menos en mí. Hemos naufragado.
¿Cuál fue la primera señal de ese fracaso tan flagrante?
Las señales eran varias y empezaron con la crisis económica de 2007/2008. Asomó el peor espíritu de insolidaridad entre los países de la moneda común. Mientras el gobierno de EEUU pagó masivamente tantas de las consecuencias de la crisis en su territorio, en Europa se continuó con una política de hegemonía alemana. Una política que ha impedido evitar que la crisis se abalanzase sobre las clases sociales más débiles. Aquí está la primera señal del naufragio.
¿Y la más alarmante?
La de no saber encontrar, o no querer encontrar, una estrategia eficaz contra la mayor tragedia que tenemos delante: ser una potencia de mediación internacional, una fuerza de equilibrio, una fuerza de paz. Es la tragedia de esta Europa, la incapacidad de cumplir con su misión después de la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética. ¡Pero si es por nuestro propio interés! ¿Qué otra cosa puede ser Europa si no es esto? Sin ninguna pretensión imperial deberíamos ser una fuerza para dialogar y contener a los que sí son hoy imperio o su paralelo. Me refiero a China, Rusia, India y, menos, a EEUU. Esa encrucijada está explotando y Europa debería haber trabajado su poder para evitar esa deflagración. O, al menos, para minimizarla.
¿Entonces qué?
Está clarísimo. Asistimos al fracaso total del Europa. Es una estructura fallida.
¿Y es posible recuperar el sitio?
No veo cómo. Ni de qué manera. Es una tragedia. De aquella idea sagaz y fabulosa que establecía mejoras sociales como las pensiones, la sanidad universal cada vez va quedando menos… Así nos presentamos al mundo. Y ahora estamos destruyendo esos logros en todos los países europeos. Volvemos a la educación de clase, a la sanidad de clase. Fracaso. Fracaso.Y con África tampoco parece que sepamos muy bien cómo hacerlo.
Es que África y PeriodistasdeGénero musulmán está explotando desde las primaveras árabes. Europa en África no es nada. Cero. África se la están repartiendo entre China, Rusia y EEUU. Otro fallo estrepitoso de nuestra realidad europea es no saber afrontar con eficacia la crisis del Mediterráneo. ¿Quién puede así recuperar nada de lo que en algún momento pudo haber sido?
La desigualdad entre los propios países de la UE es otro freno de mano y el alimento del escepticismo.Esa divergencia es total. El caso italiano, obviamente, es el que mejor conozco. No es posible una sociedad industrial próspera que permite la tributación de sus empresas en otros países, como Holanda. Empresas nacionales que no pagan en su propio país las tasas que les corresponden. ¡Cómo se va a conseguir una unidad política con esta disparidad fiscal!
¿Dónde está la fuerza política europea capaz de plantear con eficacia esa discusión?En ningún lado. La vieja socialdemocracia está muerta. En Francia los socialistas están fuera, igual que en Italia. Algo de izquierda resiste en Alemania… Pero no es una cuestión de izquierda o derecha.
¿Se agotaron los conceptos?
Es que son incapaces de pensar con complejidad en los desafíos del presente. ¿Entonces qué podemos hacer? No sé si hemos abandonado ya la idea de Europa o si, por contra, es posible reconstruir esa idea.
Sin embargo, la idea de izquierda y derecha ha tomado más impulso entre los ciudadanos, como viga interesada de la polarización.
Así es. Y no tiene sentido. Amigos, si seguimos así esto también se desmoronará. Está claro: la única autoridad política que queda en Europa es el Banco Central. Negarlo es estúpido.
¿Entonces?
Pues esto que tenemos: la crisis internacional acelera el proceso de desunidad.
Los sondeos sobre el resultado de las próximas elecciones europeas apuntan a que el bloque conservador, por primera vez, tendrá un control total del Parlamento europeo.
Ganará la derecha, bien. Pero muchos de los que recelaban de Europa, como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se han hecho proeuropeístas. Son conscientes de que es difícil deshacer lo que Europa significa. Así que derecha e izquierda nos tienen que decir cómo van a hacerlo. ¿Y qué dice la izquierda? ¿Qué dice? Nada. Y en un contexto de guerra entre Ucrania y Rusia, tampoco sabe bien qué hacer.
¿Putin con su estrategia de guerra larga nos ha debilitado?
Puede ser. Rusia se ha equivocado. Rusia es culpable. El único principio impreciso que permanece del Derecho Internacional es aquel que dice que no se puede agredir a otro Estado. Bien. El propósito de Putin es revertir la soberanía nacional de Ucrania. Y Europa debe garantizar esa soberanía, así que somos la zona de disputa de Putin. No se agrede a los Estados. En España, por ejemplo, si una comunidad como Cataluña o el País Vasco quiere reventar el Estado, España dice «no». Igual que en Escocia. Pero a cambio se propone una autonomía inmediata, un sistema federal si es preciso. Así que debemos ayudar a Ucrania para alcanzar una solución de este género para que su soberanía sea absolutamente inviolable por Moscú. Si no te mueves en esta línea, sólo te queda la opción de invadir Rusia como Napoleón.
Rusia parece estar ganando la partida.
¡Es evidente! Y eso es terrible. No hace falta tener mucho talento para comprender que Ucrania no puede vencer sólo con el envío de armas… Habrá que pactar en algún momento. ¡Westfalia, Westfalia! Lo de rearmar Ucrania es un peligro extremo. Si un misil ucraniano se acerca a Moscú la consecuencia será la Tercera Guerra Mundial. Rusia no necesita más. ¡Pero cómo se pudo pensar que Ucrania iba a ganar la guerra a Rusia!
Y otro escenario inquietante es el de la guerra de Israel contra Palestina.
El peligro mortal lo veo más en las tensiones de la OTAN con Rusia. La guerra entre Israel y Palestina comenzó poco después de la Segunda Guerra Mundial con momentos trágicos y otros de aparente tranquilidad después de muchas tentativas de paz fallidas, como los intentos de Camp David o los acuerdos de Oslo… Por más que la ONU intente hacerse escuchar, Israel continuará masacrando a Palestina contando con el favor de EEUU, aunque el imperio americano está (a la vez) deshaciéndose. Y eso es una pésima noticia para Europa. Porque el occidente al que pertenecemos es el del reino americano. Si ellos caen, nosotros vamos detrás.
Y falta la posible llegada de Trump, de nuevo, a la Casa Blanca.
Eso parece. Y con él no será posible ver la paz de la guerra de Rusia contra Ucrania. A él le interesa más la competición estratégica con China. Por otra parte, en Europa reforzará las posiciones de la derecha y la extrema derecha. En inmigración sabemos cuál es su propuesta: la nueva muralla China en la frontera con México. Y, de paso, reforzará el nacionalismo. Lo que significa el aumento de las competiciones entre estados europeos.
Sin olvidar que hay un nuevo frente de batalla con los bulos, con las mentiras dirigidas, con la Inteligencia Artificial aplicada a la confusión…
La revolución tecnológica hará de Europa un territorio muy dependiente. No podemos competir con EEUU o con China en este campo. China está dando pasos de gigante en la búsqueda de innovación. Ha superado en patentes a EEUU, algo que hace sólo una década era impensable. Nuestra competitividad europea está muy dañada, así que la dependencia de otros para mantener la carrera tecnológica también nos fragiliza. Y nadie en Europa sabe cómo afrontar esta otra crisis. Se nos acumulan las malas noticias.
Algo bueno habrá.
Sí, claro. La aplicación de las nuevas investigaciones tecnológicas en la ciencia, en la asistencia médica. Eso puede hacer cambiar todo el sistema sanitario. Incluso llegaremos a ver una medicina sin médicos, en algunos casos. Aunque esa transición será muy lenta.Pero hay una población sintomática que hará necesaria, como hasta ahora, la atención médica clásica.
El envejecimiento es una realidad y un argumento político. La medicina que me interesa es aquella que ayuda en el proceso de envejecimiento de la población. La política útil es la que comprende, por ejemplo, la consecuencia del envejecimiento poblacional y aplica su poder en el desarrollo de la atención sanitaria, de los cuidados, del bienestar. Eso es hacer política, no favorecer exclusivamente a Amazon o a las grandes farmacéuticas. Parece inevitable que la sanidad irá cada vez más acercándose a ser una sanidad de clase, y eso es otra mala noticia. Algunos, alrededor de este proceso que hablamos, aseguran que es una clara señal del final de la democracia tal y como la conocíamos hasta ahora.
¿También lo cree?Lo que me pregunto es si podemos llamarnos demócratas aceptando que desaparezca una relativa igualdad de condiciones entre ciudadanos. La democracia se rige por la fuerza de una clase media. Esto lo sabemos desde Grecia, y es tal cual. Lo otro, antes o después, acaba siendo dictadura. Mire a China. El Partido Comunista de China ha reforzado su estrategia capitalista en los últimos años. Y ver sus movimientos es necesario para comprender hacia dónde se encamina el presente.
Con este panorama, la literatura de Kafka (de quien se celebra este año el centenario del nacimiento) se hace cada vez más pertinente.
La imaginación es esencial para entender este periodo de la historia. Acabadas las utopías y sus discursos maravillosos (desde Tomás Moro a Bakunin pasando por Saint-Simon) no queda más camino que el de la distopía, que se inició en los años 30 del siglo pasado. Y desde ahí se aprecia mejor las contradicciones de la democracia y las posibilidades (buenas y malas) de los avances tecnológicos en una realidad política y socialmente disgregada. Pero una tecnología imparable sin poder político alerta es un peligro.
¿Y Kafka?
Es absolutamente necesario en este panorama. Pensemos en la importancia que tiene en su obra la figura del padre. Representa la autoridad, la obscena autoridad incluso. Pero va en busca de ella. Muy solo. Y de ahí sale una novela suya como es El proceso, donde la ley es el enemigo, donde el funcionario que la aplica es el enemigo, donde nadie te dice de qué se te acusa, donde no hay en verdad acusación pero tampoco salida. Un poder del que desconoces su origen, su utilidad y, además, no te da cuenta de su razón de ser. Todo es confusión, irracional, contradictorio. Esto nos suena. Por eso Kafka vive en nuestro mundo y es nuestro contemporáneo.
Todo eso desplegado con una gran ironía.
Otro de los motivos de fascinación que despierta este hombre. Vivió entre dos siglos [XIX y XX] y aquel tiempo también dramático prendía, en él, una poderosa ironía. No importa que estés asustado, desesperado, enfermo… O, lo fundamental en él, solo. Muy solo. Pobre muchacho. Aunque su literatura encierra ironía, incluso carcajada mientras contagia la mayor de las desesperaciones.
¿Queda en usted sitio para el entusiasmo?
Poco, aunque no estoy del todo desesperado. Somos los hombres de lo posible. No lo olvidemos. Respeto la desesperación, respeto al pesimismo pero, como Kafka, creo en lo posible.