Antillón 4, la checa que instauró el terror rojo meses antes del 18 de julio

Cuando el 28 de abril de 1936 (apenas dos meses y medio después de la victoria del Frente Popular en unas elecciones que hoy sabemos que fueron manipuladas, gracias al libro de Roberto Villa y Manuel Álvarez Tardío, ‘1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular’), el concejal del Ayuntamiento de Madrid, el socialista Andrés Saborit, se acercó al número 4 de la calle Antillón (al otro lado del Puente de Segovia) para saber qué estaba ocurriendo en el asilo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, era ya demasiado tarde. El día 22, Saborit había comunicado a las monjas que el día 30 debían abandonar el edificio porque la República había decidido instalar allí unas escuelas laicas, un proyecto que se remontaba a 1933. Pero aquellos planes reformistas del sector del PSOE afín a Julián Besteiro (en lucha fratricida contra la dirección del partido y la deriva totalitaria de Largo Caballero, inserta de lleno en la estrategia de los Frentes Populares dictada desde Moscú) no iban a ser ya posibles en 1936.

Un grupo jóvenes comunistas y socialistas se habían incautado el edifico la tarde anterior. El diario socialista Claridad había informado de ello esa misma noche con cuatro palabras: «Ese es el camino». Aún faltaban dos meses y medio para el golpe de Estado del 18 de julio, pero las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, de filiación comunista) acababan de crear la primera checa, un modelo de cárcel del pueblo que será el instrumento principal que utilizarán los partidos y sindicatos de izquierda para instaurar el terror republicano, según describen de forma riguroso y documentada los investigadores Sergio Campos Cacho y José Antonio Martín Otín en Violencia Roja antes de la Guerra Civil. Antillón 4, la primera checa de la República, que Espasa pone a la venta el próximo 10 de abril.

Violencia roja antes de la Guerra Civil. Antillón 4, la primera checa de la República

Sergio Campos Cacho y José Antonio Martín Otín

Espasa. 328 páginas. 20,90¤ Ebook: 8,99¤ Puedes comprarlo aquí.

«Más allá de quién tome la decisión de incautarse el edificio», explica Sergio Campos a La Lectura, «lo relevante es que se hace de forma legal. Los jóvenes de las MAOC, que han izado una bandera roja en el balcón del edificio y han expulsado a las monjas con cierta intimidación, muestran a Saborit un salvoconducto del Gobierno del Frente Popular que permite que la operación sea legal. El Estado delega así el ejercicio de la violencia en una fuerza paramilitar, y se entra en la guerra antes de que empiece la guerra«. Después, continúa Campos, especialista en el periodo y responsable de la edición de los dos volúmenes de memorias del fundador del Quinto Regimiento de Milicias Populares, Enrique Castro Delgado, para la editorial Renacimiento, «hacen un ejercicio puramente leninistas y anuncian la creación de una secretaría de parados, talleres de costura, oficinas del Frente Popular. Las intenciones eran otras, sin embargo».

Pese a ser la única película que reflejaba la sangrienta represión comunista, ‘Rojo y negro’ fue retirada de los cines a las tres semanas.

Rafael Pelayo Aunión (o Rafael Pelayo de Hungría, según el momento), uno de los que aquella tarde entraron en el convento y asilo de Antillón 4, era entonces un joven de tan sólo 15 años. Con 17 será ya capitán del Ejército Republicano, huirá a la URSS tras el final de la Guerra, pasará 10 años en el Gulag y en 1956 publicará, junto al periodista Ramón Moreno Hernández, ya de regreso en España, Rusia al desnudo, un libro esclarecedor que, junto con Tres días de julio, de Luis Romero, está en la fase inicial de esta investigación. «Para que sirviese de tapadera a las verdaderas intenciones del Partido», escribe Pelayo en los pasajes iniciales del libro, «en el primer piso se crearon varias escuelas. El segundo piso fue entregado para la Secretaría de los servicios del Frente Popular: Izquierda Republicana, Unión Republicana, CNT, FAI, AIT, UGT, Partido Comunista, Partido Socialista, Socorro Rojo Internacional y Juventud Socialista Unificada» [uno de cuyos impulsores fue Santiago Carrillo, recién llegado de Moscú en febrero del 36 y responsable político, meses después, de las matanzas de Paracuellos]. «El tercer piso y el sótano», continúa Pelayo, «lo utilizaron las MAOC como Cuartel General para realizar los interrogatorios, planear los trabajos más viles y para que los muchachos de las troikas ensayaran su puntería en los ratos libres». La troika que operaba en Antillón 4 era la del Radio Oeste, ya que el Partido las había dividido según los puntos cardinales de la ciudad.

Los trabajos más viles eran torturas, mutilaciones y asesinatos. El cadáver de José Mariano Sánchez Gallego, de 18 años, joven falangista de Chamberí, apareció con escoriaciones en las muñecas por haber estado colgado de un gancho mientras era torturado; el de Justo Serena Enamorado, falangista también y oficial el Ejército en la reserva, presentaba 73 puñaladas y síntomas de que le habían arrancado el cuero cabelludo. Ambos habían sido detenidos el 30 de junio de 1936 y sus dos cuerpos, mutilados, aparecieron seis días después muy cerca el uno del otro.

LOS VERDUGOS. De izqda. a dcha., Juan Antonio Montero, ‘Popeye’; Manuel Escontrela, ‘Rácano’; Manuel Díez del Valle, el ‘Tendero’; Félix Barriga. S. CAMPOS y J.A. MARTÍN OTÍN

Los muchachos a los que se refiere Pelayo (él era uno de ellos, pero en su libro evita autoinculparse) son jóvenes que han sido seleccionados por Pedro Checa (sarcasmos de la Historia esta coincidencia en el apellido), que junto con Dolores Ibárruri y José Díaz eran en esos años, asistidos en todo momento por el enviado para España de la Internacional Comunista (Komintern), el italo-argentino Luis Codovilla, los máximos responsables del Partido Comunista. Personas dispuestas a todo, como Félix Barriga, primer marido de la escritora Teresa Pàmies; Juan Antonio Montero Gutiérrez, el Popeye; Manuel Encontrela, el Rácano; Manuel Díez del Valle, el Tendero; José García Granda, el Gárcia. Todos ellos miembros de las MAOC, que lucharon luego en el Ejército Republicano, algunos pasaron por Moscú tras la Guerra e incluso, como en el caso de García Granda, su nombre aparece en el callejero de Madrid. También, en el de Getafe, perviven los de José Díaz, Pedro Checa y el de una de sus víctimas, también comunista: Andreu Nin.

Pero no todos eran sádicos, de esos hay en todas partes, explica José Antonio Martín Otín, autor, entre otros, de El hombre al que Kipling dijo sí, sobre aspectos desconocidos de la vida de José Antonio Primo de Rivera. «Esas prácticas son fruto de una estrategia política. Las personas que Pedro Checa seleccionaba tenían que ser tipos capaces de provocar el horror en el enemigo y actuar como sádicos, no porque sintiesen placer en el daño que les causaban al otro, sino porque ese daño, visiblemente estremecedor, aterraba al contrario. Un chico de 18 años, cuando sepa cómo ha aparecido el cuerpo de su camarada, quedarán diezmado, es una depuración desde el horror. Era violencia y falta de conciencia. Porque las MAOC, además de ser el germen del futuro Ejército republicano, eran una policía militar que desde febrero del 36 está actuando impunemente por las calles de España, especialmente por Madrid, y sus miembros, muchos de ellos puestos en libertad tras la amnistía del Frente Popular, no irán nunca a la cárcel y si lo hacen, no será por un delito mayor, sino por uno menor. Esa impunidad no se refleja en la prensa, porque había una censura muy fuerte en los medios de comunicación. Es un síntoma más de que el Frente Popular estaba decidido a no entregar nunca más el poder a quienes no fueran ellos«.

LAS VÍCITMAS. A la izquierda, José Mariano Sánchez Gallego. A la derecha, Justo Serena Enamorado. S. CAMPOS y J.A. MARTÍN OTÍN

Finalmente, esa estrategia de terror, de origen leninista, no era más, explican los dos autores, que la que venía marcada por la Komintern y que en España llevaron a cabo, especialmente, el Partido Comunista y la Juventud Socialista Unificada (JSU). «Uno de los documentos que hemos utilizado, pero no porque lo hayamos descubierto, estaba ahí, en el archivo del PCE, y muchos historiadores lo han consultado pero no le han dado relevancia, es el informe de Francisco Galán, miembro destacado del PCE y luego uno de los instructores de las MAOC, sobre un congreso pacifista al que acudió en París en agosto de 1934. Galán muestra su sorpresa por la reacción negativa de los congresistas cuando empieza a hablar de la necesidad de crear milicias para controlar a las masas, porque es una orden dictada por la Internacional Comunista, que dice que ahora toca crear milicias dirigidas por el Partido Comunista, pero en las que se integren el resto de partidos y organizaciones. Y si hay que matar a un repartidor de periódicos, dice Galán ante el estupor de los allí reunidos, se le mata, pero eso se tiene que hacer bien y de manera organizada, sin improvisaciones. Las milicias no eran un instrumento de autodefensa, sino de ataque, debían provocar una reacción».

Y aquí es donde aparece una de las tesis fuertes del libro, que contradice a la historiografía oficial y a esa otra, afirma Martín Otín, «que ha ocultado de manera interesada como mínimo la mitad de lo sucedido«. Con la retórica habitual de la época, según Juan Modesto Guilloto, uno de los creadores de las milicias comunistas, «las MAOC surgen para la defensa de las libertades democráticas y de los derechos humanos más elementales. Eran una organización de autodefensa del pueblo, hijas del enfurecimiento de la lucha, provocado por la reacción, que ponía rumbo al poder, a la fascistización gradual de la República; eran impuestas, en particular, por la actuación, cada vez más descarada y peligrosa, de los grupos de pistoleros falangistas, que gozaban de cierta impunidad».

Martín Otín afirma que «es una cuestión cronológica. De las primeras milicias socialistas ya se empieza a hablar cuando llega la República, en abril del 31. Las MAOC nacen en marzo del 33, Falange nace en octubre, y su primera respuesta violenta no llega hasta después de acumular 13 asesinados en sus filas. Hasta junio del 34 no hay una respuesta con un muerto, que es la socialista Juanita Rico, una respuesta improvisada, equivocada, atropellada, como la mayor parte de las que hacen los falangistas, incluido el intento de asesinato del dirigente socialista Jiménez de Asúa. Son gente muy valiente, con una fuerte dirección política, pero muy desorganizados en la acción.»

Sótanos del edificio de Antillón 4, en Madrid. S. CAMPOS y J.A. MARTÍN OTÍN

Con la victoria del Frente Popular y la amnistía decretada al día siguiente, de la que se benefician muchos comunistas detenidos por acciones de violencia callejera y terrorismo, el PCE reactiva la estrategia de las MAOC. «En su declaración de principios, admitida tal cual en el registro gubernamental dos días después del paso por las urnas», puede leerse en el libro, «se establece el primer objetivo de la autodefensa. Para consolidar la tesis, el Partido Comunista abandona todo eufemismo y solicita que sus milicias sean armadas desde los arsenales del Estado (…) Mientras esperan respuesta, el Partido anticipa su propósito; los encargados de la tarea deciden ensayar la fórmula. El método pasa por el seguimiento de los adversarios, no al albur, sino minuciosamente elaborado: el enemigo marcado es seguido, estudiado, controlado y, una vez elegido el momento, asesinado allí mismo o secuestrado, torturado y muerto. Los grupos parapoliciales de las MAOC (o directamente policiales en la estructura que se había levantado) establecen un trámite que de manera idéntica se utilizará pocos meses después en la represión ilimitada del adversario. Las detenciones se practican en el domicilio de la víctima o en la calle, indistintamente, y no escatiman una cínica introducción: arrogados de la autoridad que el Partido les ha concedido, los grupos policiales de las MAOC exigen la documentación al señalado como primera providencia. Y luego proceden. Todo ello meses antes del 18 de julio«.

Y es en este clima de impunidad amparada por el Gobierno del Frente Popular es en el que nace la primera checa instalada en la calle Antillón 4, antes de que, tras el inicio de la guerra, toda la España republicana se llene de estos centros de tortura dirigidos por partidos socialistas, comunistas, anarquistas y sus respectivos sindicatos. La relevancia del trabajo de Sergio Campos Cacho y José Antonio Martín Otín consiste, primero en identificar el centro, definir su estructura (que será imitada en el resto de checas), describir sus prácticas, poner nombre a los verdugos y dar visibilidad a muchas de las víctimas que no están amparadas por la Ley de Memoria Democrática.

También, por demostrar que la violencia comunista no fue una reacción al 18 de julio, sino que, inspirada por las directrices leninistas de la Komintern, formaba parte de la estrategia de toma del poder mediante la aniquilación del adversario. Y esta es una forma diferente de comprender el origen de la Guerra Civil española.

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